Los petroglifos de Pusharo constituyen un testimonio cultural magnífico de los Incas y de los pueblos amazónicos que vivieron en su contacto en la selva de los departamentos actuales de Cusco y Madre de Dios hace varios siglos.
Thierry Jamin delante de la pared del Sector I-A de Pusharo. (Foto: Thierry Jamin, agosto de 2006)
La gran concentración de signos grabados en una pared de dimensiones monumentales confiere a estas figuras una de las manifestaciones del arte rupestre más importantes de la Amazonía peruana, sino de todo el cono sur. Aunque el sitio haya sido señalado por primera vez hace más de ochenta años, es sólo en el 2003 que el Instituto Nacional de Cultura del Perú lo reconoció como patrimonio arqueológico.
Todavía hoy los habitantes de la selva, los Indios Machiguengas, consideran a Pusharo como un territorio sagrado de sus antepasados y utilizan el sitio en el marco de sus rituales vinculados a acontecimientos de caza colectiva de animales salvajes o de pesca.
Para numerosos exploradores, cazadores de tesoros y adeptos de distintas corrientes esotéricas, la zona de Pusharo estaría en relación con la existencia de Paititi, la ciudad perdida de los Incas. Por eso, desde hace varias décadas, numerosos grupos autorizados o ilegales, penetran en la selva del Madre de Dios, con o sin el permiso especial concedido por la Jefatura del Parque Nacional del Manú, para acudir hasta los petroglifos. Entre ellos, exploradores, buscadores de tesoros, cineastas, escritores e incluso los miembros de una secta místico-religiosa llamada Rahma, que afirma haber entrado en contacto con extraterrestres delante de la pared principal de los petroglifos. Sin comentario…